viernes, 16 de marzo de 2007

Un texto es siempre un hipertexto

Dos rasgos de esta primera tecnología intelectual son fundamentales:los procesos de desincronización y deslocalización que se dan por el registro de lo escrito en un soporte estático (virtualización de la memoria). La escritura separa el tiempo de emisión del tiempo de recepción del mensaje, con lo cual desaparece el contexto: “por primera vez los discursos pueden separarse de las circunstancias particulares en las que fueron producidos” (Levy, 1993). Los mensajes fuera de contexto empiezan a abundar y consecuentemente las distancias entre autor y lector se incrementan; de allí la urgencia de la actividad interpretativa: la atribución del sentido por parte de la instancia receptora adquirió una gran importancia. Ya no existía la mediación del juglar, del poeta que ajustaba los relatos a las circunstancias de su auditorio, estaba el lector solitario, frente a un texto que se bastaba a sí mismo.

Esta nueva relación con el tiempo y el espacio que se traduce en el surgimiento de la comunicación en diferido (la escritura) en contraposición de la comunicación en tiempo real (la oralidad), funda, a su vez, unas nuevas relaciones con el saber: de un conocimiento concreto, emotivo, fuertemente vinculado con las experiencias personales y basado en el rito y el relato, se pasa a un conocimiento organizado modularmente, abstracto y objetivado, fundamentado en la teoría. Esa carencia de las virtudes de la oralidad, se traducen en un factor productivo en la escritura: la separación del autor y el lector, la imposibilidad de interactuar en situación se convirtieron en los principales elementos de una nueva forma de ver y entender el mundo. De allí que la escritura se convierte en muy poco tiempo en el lenguaje de la ciencia: sistemático, modular, lógico y crítico.

Hasta aquí hemos clarificado por qué un texto es un objeto virtual y una tecnología intelectual; pero ¿por qué insistir en que un texto es un hipertexto? Para respondernos esta pregunta volvamos a la urgencia de la actividad interpretativa que surgió con la escritura y al ejercicio de la lectura como conexión entre emisor y receptor, como interfaz de comunicación que nos permite navegar y cartografiar el texto. Cuando el texto llega al lector es un objeto portable y transportable en el sentido material del término, esto en su forma exterior; pero en su forma interior es una entidad autónoma llena de interfaces que organizan su contenido y orientan al navegador-lector. Es en la relación con este interior en la que adquiere sentido el texto: cuando leemos, también jerarquizamos y seleccionamos áreas de sentido, establecemos vínculos con zonas del mismo texto (intratextual) o con otros textos (intertextual), tomamos notas al margen, en fin, creamos nuestro propio texto.

Según Roger Chartier, no sólo en la lectura un texto deviene en hipertexto (relación interior), también en la relación texto-cuerpo (relación de exterioridad) se encuentra el hipertexto. La evolución en el soporte es la evolución en la conquista de la libertad expresiva del autor y en la libertad interpretativa del lector. Esto se evidencia desde la tablilla de arcilla, un soporte duro que limitaba el trazo a líneas rígidas que conformaban caracteres dirigidos, básicamente, al ejercicio contable. La introducción del papiro no sólo amplió las posibilidades expresivas en la escritura (la creación de otros tipos de alfabetos, por ejemplo) sino que facilitó las posibilidades de difusión (transporte), almacenamiento y reproducción de los materiales producidos. Es decir, más que el mensaje, es el tipo de soporte el que modifica las relaciones espacio-temporales del texto y sus modos de producción. [1]

Una de estas grandes mutaciones fue la que se dio con el paso del rollo (característico del papiro) al códice[2], a partir del siglo II de la era cristiana: “… para ser leído y por lo tanto desenrollado, un rollo debe ser sostenido con las dos manos: de ahí la imposibilidad para el lector, como lo muestran los frescos y los bajorrelieves, de escribir al mismo tiempo que lee y de ahí la importancia de la lectura en voz alta. Es con el códice como el lector conquista la libertad: apoyado sobre una mesa o en un pupitre, el libro en cuadernos no exige más una movilización total del cuerpo. El lector puede tomar sus distancias, leer y escribir al mismo tiempo, ir según su gusto de una página a otra, de un libro a otro. […] Por último, es indudable que el códice permite una localización más simple y un manejo más cómodo del texto: hace posible la paginación, el establecimiento de índices y concordancias, la comparación de un pasaje con otro, e inclusive la travesía del libro entero por el lector que lo hojea.” (Chartier, citado por Verón, 1999). Nuevamente volvemos a la sentencia concluyente de Eliseo Verón: El hipertexto nació pues hace unos dieciocho siglos”. (Verón, 1999)




[1] Sobre el particular ver: Giddens (1997, 30-40)

[2] Tipo de organización del libro en páginas cosidas en conjunto.


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