La historia como hipertexto en Foucault
Foucault no elabora propiamente una propuesta explícita del hipertexto aunque sus planteamientos se comportan como tal. Él sostiene, por ejemplo, que la historia de las ciencias, el pensamiento, las ideas, la política, la filosofía y la literatura deben ser pensadas como discontinuidades o fenómenos de ruptura, es decir, no se trata de pensarla como épocas o siglos, como una forma de taxonomía del tiempo, sino que se trata de detectar las incidencias de las interrupciones: los desplazamientos y transformaciones de los conceptos. En este sentido, el umbral, la ruptura, el corte, la mutación, las series de series y la transformación son conceptos que permiten pensar la discontinuidad o las discontinuidades de la historia. También sostiene que ésta tiende a la arqueología y ésta, a su vez, permite la “restitución del discurso histórico”.
Además, sostiene que, en este contexto, la política, la filosofía y la literatura son categorías recientes articuladas en el siglo XIX, por tanto, no aplican para la Edad Media o la Época Clásica y sólo pueden entenderse por medio de hipótesis retrospectiva, juego de analogías formales o semejanzas semánticas. Esto significa, por ejemplo, que lo que entendemos por literatura griega o clásica, debería llamarse poética, como la denomina Aristóteles y haciendo el ejercicio de semejanza semántica. Y si lo que pretendemos es enunciarla como tal, entonces, tendríamos que asumir que es escritura, si elaboramos el juego de analogías formales. En este sentido, ambas podrían funcionar como hipótesis retrospectiva, lo que cambia es la lenguaje de la enunciación.
Esto conlleva a pensar que la historia, como la conocemos, no existe, pues es universal y, por tanto, no es objetiva y en este caso se hace necesario elaborar una diferenciación entre lo universal y lo objetivo desde este planteamiento.
Lo universal se refiere a un estereotipo, a un tipo de convención basado en una metodología para darle un sentido, cargado de intereses o necesidades a las fuerzas de poder vigentes en un punto muy singular entrecruzado en el tiempo y el espacio. Por ejemplo, el retrato idealizado de dioses y héroes, las narraciones mágicas de ciertos sucesos históricos o verdades que anteriormente eran inobjetables o se comportaban como dogmas o doctrinas, etc. Esto significa que es una manera de habitar el pensamiento dentro de un colectivo, lo cual no implica un ejercicio de objetivación.
La objetividad, por su parte, es una forma de mirada que no exige una interpretación, ni elementos de juicio y no es personal. Además se escapa a los estereotipos instaurados de la universalidad que, en ocasiones, reduce el margen de realidad observable; lo que conlleva a la disolución de los objetos y territorios históricos.
De manera que no se trata de la historia, sino de una historia con matices y comprensiones muy singulares; por ejemplo, el texto de Alberto Manguel da cuenta de este planteamiento desde el título: Leyendo imágenes: una historia privada del arte. También Vilem Flusser sostiene que la historia puede entenderse “como un desarrollo de esa división tripartita”, es decir, “los lados ontológico, ético y técnico […] Así pues, la historia nos ofrece tres modelos de trabajo: el trabajo clásico (comprometido), el trabajo moderno (investigador), y el trabajo presente (funcional).”. Igualmente, Régis Debray comprende la historia desde la imagen dividida en tres momentos: la logosfera (la oralidad y la escritura), la grafosfera (la imprenta) y la videosfera (la imagen).
La historia, entonces, se comporta como hipertexto en tanto desborda límites de la historia esterotipada para instaurar una nueva perspectiva que depende más de las múltiples asociaciones significativas de las rupturas intertextuales en la indagación histórica y no de la hegemonía del pensamiento colectivo; lo que constituye, como consecuencia, un orden, una clasificación, una jerarquía y una inmovilidad un tanto arbitrarias y con pretensión de la objetividad, pero con un efecto universal.
Desde esta perspectiva, la historia adquiere movilidad, dinámica, fluctúa entre las redes del pensamiento y concilia territorios temáticos, epistemológicos, conceptuales, discursivos y contribuye al descubrimiento de nuevos juegos de verdad a través de sus rupturas, transformaciones orgánicas, mutaciones o cortes.