Los procesos de virtualización en la escritura como tecnología intelectual
Nos permitimos utilizar las herramientas conceptuales (desterritorialización, heterogénesis y efecto moebius) que nos ofrece Pierre Levy[2] (1999) sobre la virtualidad, para entender por qué el texto, desde sus orígenes es un objeto virtual que conoce diferentes actualizaciones, traducciones, impresiones, interpretaciones, dependiendo del contexto y del sujeto. Destaco aquí dos modalidades de virtualización presentes en la escritura y en el libro: una, la separación del aquí y del ahora, ejercicio de desterritorialización por el cual la contingencia física, geográfica, deja de ser obstáculo; y dos, el movimiento permanente del interior al exterior y del exterior al interior (efecto moebius), condición humana que construye al ser individual y social. Estas modalidades de virtualización adquieren sentido en la mutación de identidad como recepción de la otredad (heterogénesis) y no en la desrealización, corolario de lo virtual como ausencia, cuando no de inexistencia.
La escritura constituye, entonces, un vector de virtualización: virtualización de la técnica, no como simple imitación de la lengua hablada o prolongación de un gesto, sino como traducción que alcanza la creación de un universo simbólico autónomo, por tanto, también virtualización del lenguaje. Por último, virtualización de la memoria, en tanto el texto actúa como registro, exterioriza una función cognitiva y permite volver a él en cualquier tiempo y espacio. La separación del aquí y del ahora en la palabra escrita comporta una doble desterritorialización: la del lenguaje articulado dado “en tiempo real”, que existe en tanto es emitido y se conserva en la memoria por la tradición oral en narraciones y relatos; y la del trazo en un soporte tangible que deviene en objeto, que deslocaliza y desincroniza el lenguaje, lo hace visible y transportable, no circunscrito a un espacio porque él mismo es ya lugar.
Hasta aquí, producir los sonidos articulados del lenguaje y juntar letras del alfabeto, no nos proporcionan una tecnología intelectual, en sentido estricto, es decir, aquella que es depósito de un saber, que lo hace visible y enunciable. Para decirlo en otras palabras: una tecnología intelectual, como la escritura, exige de una competencia para concebir símbolos expresivos. Esta exigencia intelectual se configura con la inextricable relación técnica-lenguaje-memoria, en una segunda modalidad de lo virtual: el movimiento del interior al exterior y del exterior al interior. La capacidad intelectual de expresar y comprender símbolos permite aprehender el mundo exterior, el afuera es concebido en un ejercicio de interiorización para luego ser materializado en una forma exterior; la escritura, que a su vez se mueve a otras formas de exterioridad (de registro): el papel, soporte milenario, o más contemporáneamente, el soporte digital.
Gracias a ese transformación de un modo a otro de ser (heterogénesis), aquello que era indisociable de una interioridad, de una subjetividad particular, correspondiente al ámbito de lo privado, se materializa en una forma exterior que lo hace público; pero que, a su vez, precisa de un nuevo proceso de interiorización (la lectura) para hacerlo efectivo: esto es, la relación con un otro, que presumimos pero que no conocemos, a través de un dispositivo tecnológico-expresivo-simbólico (mediación semiótica): la escritura, como forma expresiva, como memoria, ahora liberada de sus contenedores en el hipertexto electrónico.
[1] Esta denominación de la escritura como tecnología intelectual difundida por Pierre Levy fue introducida por primera vez por el antropólogo inglés Jack Goody.
[2] Ver: Levy, P. (1999) ¿Qué es lo virtual? y (1993) “Las tecnologías de la inteligencia. El futuro del pensamiento en la era informática”. Los trabajos de Pierre Levy son deudores, en mucho, de los aportes de André Leroi-Gourhan y su concepción de la comunicación está muy influida por la tendencia pragmática de la Escuela de Palo Alto.
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