jueves, 3 de mayo de 2007

LITERATURA HIPERMEDIAL

Muchos han osado definir la literatura desde lo "lineal": mostrar sus limitaciones sus intereses, sus "funciones". En la mayoría de los casos -si no en todos- los resultados han sido, también, lineales (esa linealidad se ha hecho ceguera, oscuridad, al tratar de analizar linealmente una entidad que deambula en un universo adverso: en el de la multiplicidad). El problema es que, precisamente, esa es la literatura: cambiante, mutable, multiforme y "metaforme". Ella es aquella terapéutica filosófica que no refleja al hombre, si no que es el hombre mismo: de ahí su mutabilidad.

Como entidad de-generativa su cualidad esencial es el cambio. ¿Qué hizo en lo literario el paso de una literatura oral a una vivenciada en una hoja de papel?, ¿Cómo se contempla el poema escrito con una varilla aguzada o con un "roller pen"?, ¿Cómo se lee al hombre desde un libro cosido a mano o desde unas vibraciones eléctricas de una pantalla LCD? Desde sus superficies, sus temas, sus narrativas, sus velocidades, la literatura es una amante infiel, de-generada. ¿Es posible, entonces, hablar de literatura como única, inmaculada, inmune, indemne? Una consideración pluralista sería mucho más saludable para entender, aunque sea sospechosamente, esa alteridad de la literatura.

Las Literaturas se han adecuado, como los hombres, a los entornos tecnológicos que las soportan. Una vibración sonora, un pergamino, una pantalla de ordenador (máquina que "ordena" el caos). Es así que la literatura hipermedial reclama un paradigma diferente de sujeto lector. En términos generales exige nuevas mediaciones entre aquello que llamamos texto (tejido) y el personaje que le da sentido, que lo actualiza y vivifica (como un gusano que da vía libre a unos fluidos -a una gangrena literaria). Los intercambios, las interferencias suscitadas entre texto-autor-lector son heterogéneas. El texto fluye, circula, para que en sus constantes trayectos sea potenciado, continuamente re-creado, eternamente re- escrito, re-comprendido.

Estas nuevas mediaciones (intercambios, reciprocidades, subsistencias) entre lo que se piensa para ser escrito, se escribe y se lee; y luego es pensado, escrito y leído de nuevo, provoca que la literatura hipermedial (que al cambiar su soporte físico cambia de mediación cognoscitiva) demande nuevos aprendizajes. Un nuevo lector de literatura hipermedial deberá construir una naciente definición del propio término Literatura y, por consiguiente, de los términos texto, narrativa, poesía, comprensión, autoría, lector, "final", soporte, superficie. De la misma manera, este "lector-autor-lector" tendrá que re-definir su relación con el soporte: la idílica intimidad con la pluma, el esfero y el papel deberá ser "re-intimada" al ser estos nuevos objetos los que establezcan la naciente descripción del "gesto de escribir". Asimismo este personaje (esta máscara) será exigido a desarrollar otras habilidades que rebasan su propia estructura como sujeto (sujeto de una época, de una temporada existencial que llamó Marshall McLuhan la del "hombre tipográfico”).

Además de todas esas habilidades cognitivas que todo lector de literatura tendrá que desarrollar, en primera instancia iniciará un camino hacia un re-conocimiento de la experiencia de lo físico: en términos evolutivos una mudanza en el ambiente natural que precise un cambio físico-metabólico, genera un cambio en la racionalidad. Un hombre que desarrolla su oído para descifrar unas vibraciones sonoras con sentido, a un hombre que "enseñe" a sus dedos a tomar un objeto -manejarlo, domarlo- para impregnar una superficie con unas sustancias, unas tintas (obviando todo el ejercicio racional que suscita la caligrafía), a un hombre "cibernético” que mueve todos sus dedos en un teclado que no funciona con la fuerza, sino con potencias electrónicas, para que una palabra en bits se asiente en una pantalla nacida de la luz.

Para este hombre la exploración de lo literario tendrá un carácter de fluidez no metafórico, sino inherente y perceptible. Un diluvio ordenado y libre del pensamiento. Su propia posición ante el mundo se re-dimensiona: su naturaleza literaria existía desde una percepción bidimensional que nacía de la propia dominación del texto impreso (una mentalidad subordinada de lo tipográfico); lo hipermedial le acarrea una experiencia tridimensional de su mundo, del texto, de la naturaleza, de sí mismo. La posibilidad de jugar con los sonidos, las imágenes, las letras no es una limitación ni una destrucción de la capacidad creadora de la imaginación, si no que, paradójicamente, es una proyección; una dilatación de las competencias creativas de aquél que lee: sus representaciones, sus universos inventados-imaginados son ahora “realidades” textuales que cobrarán vida en las incandescencias de un telón de luces: la pantalla del computador.

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